Por José Vicente Aguilar Salmerón
Han pasado ya dos meses, desde que nuestras vidas cambiaron de manera radical. Situaciones que jamás hubiéramos imaginado, más allá del argumento de una película de ficción, se convirtieron de la noche a la mañana en una realidad de la que resultaba imposible escapar. El drama sanitario, en el que hijos se despedían de sus padres en las puertas de los hospitales, pensando que probablemente sería la última vez que se verían, hicieron añicos las vidas de todos aquellos a los que la desgracia les embistió más fuerte.
Los seres vivos, y en especial todos aquellos que hemos ido haciendo honor a las teorías de Darwin, hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas, aquello de que «nada es permanente, salvo el cambio». La adaptación, reinvención y la búsqueda de nuevos mapas mentales para poder explorar un territorio cambiante, son hoy más que nunca, herramientas dolorosamente necesarias, para sobrevivir en un escenario que ha provocado un frío invierno industrial, en mitad de la primavera.
Esta crisis sanitaria, que avanza con paso firme por el terreno de la crisis financiera, deja lecciones vitales, para todo aquel que quiera escucharlas. La primera verdad incómoda, es que un país con una industria débil, es un país débil.
No se en qué punto decidimos como sociedad, que los márgenes industriales eran demasiado bajos comparativamente a otros sectores, y decidimos ir despedazando poco a poco uno de los motores generadores de empleo y valor añadido. Encontrar titanes industriales españoles, con presencia internacional, y tamaño suficiente para competir globalmente en este mundo hiperconectado, es algo cada vez más complejo. Por supuesto tenemos, y no hace falta nombrarlos, pues es difícil que un español no los conozca, pero quizá nos iría mucho mejor, si fueran tantos, que lo difícil fuera conocerlos a todos.
La tecnología, es una amante esquiva. Para poder surfear la ola de mantenerse en primera línea, se necesita una política industrial y una cultura empresarial, que entienda que la única forma de sobrevivir en entornos cambiantes, es cultivarla en el día a día. Sin atajos. Sin una visión de sprint, sino de maratón.
Gracias a esta crisis, hemos experimentado de primera mano, lo que supone pagar cifras muy elevadas por productos que perfectamente podrían ser producidos aquí. Sabernos vulnerables en el nuevo tablero mundial, en el que se veía crudamente una debilidad, que si bien siempre estuvo ahí, todos quisimos evitar reparar en ella, por ser una verdad que dolía mirar de frente.
Pero esto, afortunadamente sólo es la primera parte de un partido, en el que empezamos la segunda parte, perdiendo dos a cero. Queda partido, y queda equipo. Queda ilusión, creatividad, fuerza y ganas.
Lejos de amilanarse, muchos pequeños, medianos o grandes industriales, han decidido conscientemente, que en esta segunda parte del partido, se pueden llevar a cabo iniciativas, que poco a poco nos reconstruyan, y nos permitan reducir la cómoda, pero letal, dependencia de otros países.
He dedicado toda mi carrera profesional, junto a un equipo de una excelencia extraordinaria, a mejorar procesos, desarrollar tecnología, y a reducir costes. Quizá yo mismo sea como ese profesional, que sólo posee un martillo, y por lo tanto todo son clavos. Pero sé que con ese martillo de la automatización, se puede hacer mucho, y que es el momento de usarlo, y ser valientes. Los industriales, siempre nos hemos caracterizado por superar el miedo con coraje, y en estos momentos en que todo el mundo tenemos miedo, sabemos perfectamente que es el momento de apostar por capturar el crecimiento, sea mucho o sea poco, que nos traigan los siguientes meses y años.
Proteger a nuestros equipos, con entornos lo más seguros posibles. Mejorar nuestros costes, buscando aplicar cualquier mejora necesaria en nuestras líneas de producción. Robotizar procesos, reducir tiempos de ciclo, aumentar los procesos de control de calidad para minimizar el desperdicio y un largo etcétera de medidas, tan conocidas como vitales, son hoy más necesarias que nunca, y afortunadamente hay mucho talento en España dispuesto a llevarlas a cabo.
Es hora de vencer al miedo. Todos los grandes inversores saben, que los mejores momentos para invertir se producen cuando hay miedo extremo. «Comprar cuando hay sangre en las calles (metafóricamente)», fue lo que marcó la diferencia en la prosperidad, del Barón de Rotschild El miedo, que evolutivamente nos ha protegido y nos ha hecho llegar hasta aquí, tiene que darnos la prudencia para evaluar correctamente las inversiones, pero jamás paralizarnos.
Aceptemos cuanto antes que estamos solos. Que los gobiernos, quizá ayuden, o quizá no, pero que la hoja de ruta de nuestras empresas debe permanecer trazada y que una vez más, esto no va a ser diferente. El invierno terminará y volverá la primavera, y en ese nuevo estadio, los que mejor se hayan preparado saldrán fortalecidos.
Por nuestra parte, seguiremos peleando fuerte a la contra, buscando darle la vuelta al partido. Dando libertad, creatividad y confianza a las personas, que al fin y al cabo son lo que marca la diferencia en las compañías.